Para nadie es un secreto que la migración de ciudadanos
venezolanos a Colombia es un tema que genera distintos debates, pero por sobre
todo nos estamos enfrentando a una realidad que el país desconocía,
fundamentalmente por ser un país que genera migraciones hacia el exterior, pero
que no sabía que es recibir a personas de otros lugares en situación de
ilegalidad (en miles de ocasiones) y que de alguna u otra manera entran a hacer
parte de las dinámicas cotidianas de cada quien. Pues bien, hoy quiero abordar
este tema a la luz de la música. Es decir, quiero iniciar un diálogo sobre la
necesidad de asumir a los migrantes desde el afecto y el respeto por su
situación, sustentado en lo que en términos de construcciones culturales genera
el tener que migrar.
Desde hace unos meses traigo un interés por evidenciar
muchos de los aspectos positivos que le genera a un país como Colombia tener en
su interior un proceso de migración de ciudadanos de otros países. Como forma de combatir la incompresible ola de xenofobia que se está presentando.
Esto se generó porque pude compartir con migrantes,
especialmente con niños y jóvenes desde un ámbito laboral, allí pude evidenciar
como quien sale de su país también trae en su maleta todas las construcciones
culturales de su tierra. Desde eso, he tratado de entender desde el cariño y sobre todo
desde el respeto: ¿Por qué un niño migrante de 12 años al encontrarse con otros
en su misma circunstancia empieza a cantar algunas canciones típicas de su
país? Y la respuesta termina siendo obvia: Porque siente que cantar sus
canciones es una forma de conectarse a la distancia con lo propio y como
muestra que aunque en el lugar donde llegó todo a todos le es desconocido, la
música (en este caso) resulta ser una forma más de presentarse y representarse
en una sociedad ajena.
Hace poco, mientras estaba en un transmilenio (caótico
sistema de transporte masivo de la capital colombiana) se subió una pareja
joven con una guitarra y un violín a cantar un par de canciones, una de ellas
Alma Llanera, que es considerado el segundo himno del país hermano, con lo cual
sin necesidad de hablar dijeron que eran venezolanos, y así hay cientos de
personas por todo Colombia se están ganando la vida. Compartiendo sus saberes
tradicionales, es decir compartiendo su cultura para ganarse la vida. Es igual
cuando algún latino baila salsa en el metro de cualquier ciudad del mundo. Echa
mano de la fama que tenemos de bailarines para sobrevivir en un mundo ajeno.
La música es solo un caso, podríamos hablar más con la
comida y la posibilidad de conocer la cocina venezolana y a la vez poder ayudar
alguna familia que seguramente está pasando por una situación compleja.
Finalmente, invitación que hoy le hago al quien lee este texto es a
acoger con afecto y sobre todo con respeto a todo lo positivo y valioso que los
venezolanos nos están compartiendo en Colombia. Permítase escuchar la
maravillosa música venezolana, conozca
un poco más de una cultura que resulta tener muchos puntos de encuentro con la
nuestra. Y no olvide que ellos están pasando por circunstancias difíciles,
muchas de ellas son las mismas que viven y han vivido desde siempre no solo los
colombianos sino los latinoamericanos en muchas partes del mundo.